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¡Lo que todo Corazón anhela!
Nadie te dice que lo más fácil del matrimonio, será planear tu boda; elegir el menú, las flores, la música, sus atuendos, hacer la lista de invitados, elegir o no los fuegos artificiales…
Pero lo más complicado, será encontrar cómo mantener ese “Sí”, esa elección de unir tu vida a la de otra persona –que sigue creciendo y revelándose ante ti –, por la eternidad.
Nadie te dice cómo rayos seguir adelante con el proyecto juntos, cuando todo es una tentación a distanciarse –rutinas, trabajos, tabletas, mensajes, pendientes, hijos, deudas, decisiones, enfermedades, diferencias familiares, nuestras propias fragilidades, y la lista podría seguir… –. Nadie te dice que los votos no son cosa de “una sola vez”, sino de cada día, cada noche, cada momento, cada encuentro y desencuentro. Porque cada instante que sus corazones estén latiendo, los votos necesitan pronunciarse…
Nadie te dice que no esperes “un felices para siempre”. Sino un “crecer por siempre”. Y que cuánto más crecen juntos; más vulnerables, más frágiles, más delicado es el cuidado que cada uno requiere.
Nadie te dice que te tomes esos cinco minutos extra, no tanto para planear y agendar tu semana; sino para amar y estar, saber mirar y escuchar. Pues lo más difícil y el mejor regalo es siempre bañar de presencia amorosa al otro.
Nadie te dice que puedes tocar fondo y olvidar por qué elegiste a esa persona – que al parecer no tiene nada en común contigo – y que aterrizarás en algún tipo de terapia, porque nuestra gran necesidad es la de estar conectados, y si no te aferras a eso; entras a la puerta ancha de la perdición, en una cultura donde “aparentemente todo –incluidas las relaciones – son desechables, intercambiables, con fecha de caducidad”.
Pero el camino de verdadera y profunda felicidad no está en las respuestas fáciles, en las salidas fáciles, en las separaciones fáciles. Porque nada es fácil cuando te sientes desconectado al otro; al otro que prometiste amar toda tu vida, al otro que prometió amarte toda su vida.
Puedes adivinar cómo es que estos siete años de casados –once de conocernos – nos han entrenado, nos han quebrantado, nos van revelado lo que en verdad es vivir el matrimonio y la invitación perpetua a intentar permanecer en ese AMOR…
Hemos tenido que recalcular un montón de momentos –que quisiera borrar de mi memoria–. Hemos tenido que elegir comenzar distinto cada mañana –pidiendo perdón, seguido de más abrazos, más pausas, más diálogo–. Hemos tenido que pedir GRACIA –porque sólo el AMOR cubre una multitud de pecados (1 Pe 4:8)-. Hemos tenido que llorar, lamentarnos, perdonarnos, re-encontrarnos, llegar a nuestra terapia bastante perdidos, un sin fin de veces; porque el amor y el dolor, no se pueden divorciar –mucho menos entender -.
El anillo que nos entregamos en esa tarde soleada, rodeados de naturaleza, con la bendición de nuestros dos queridos Jesuitas, nuestras familias y amigos, que fueron y han sido testigos de nuestro amor – a veces tan frágil – tiene grabado nuestro mayor anhelo:
Después de cada desayuno, comida o cena -tres grandes oportunidades del día para conectar con los seres que amamos -, comenzamos esta práctica de ser hogar para el otro. Abrimos el corazón, abrimos nuestra Biblia, abrimos nuestra escucha y mirada, abrimos nuestros brazos, abrimos espacio para ser hogar y acoger al otro, acoger la Palabra que nos invita y enseña a AMAR. Acogemos un tiempo sagrado –donde no hay pendientes, mensajes, decisiones que consultar – sólo un hogar abierto en el que el otro puede entrar y descansar. A veces ni siquiera hay algo que leer, sino alguien a quién abrazar, alguien a quién escuchar.
¿No es esa la función de un hogar?…acoger, abrazar, alentar, acompañar, un lugar/espacio seguro, donde sabes que siempre puedes llegar cómo sea que re-al-men-te, te encuentres y descansar, saberte y sentirte profundamente amado, atendido, cuidado, escuchado, procurado.
“Tú eres mi hogar”, ha sido una verdadera construcción –que se derrumba si lo haces sobre arena, ¡¿adivina cuántas veces lo hemos intentado?! – pero se mantiene creciendo si lo haces sobre la roca firme que nos amó hasta el extremo, y nos enseña cómo amar hasta el extremo…sobretodo cuando quieres irte hacia el otro extremo; el de la desconexión, el de la soledad, el del reclamo perpetuo mezclado con orgullo, y reacciones volcánicas.
Nuestra barca de salvación en este transitar del matrimonio, ha sido dejarnos acompañar de tres formas: en nuestro espacio de terapia para cultivar la conexión; en nuestro espíritu, de la mano de sabios acompañantes quienes nos han ayudado a reorientar nuestro camino y unión; y en nuestro corazón, por amigos muy cercanos que nos han alentado con su cariño y oración. Sobretodo nos hemos dejado acompañar por Dios –quien más desea que permanezcamos unidos a Él, para dejarnos AMAR y SER AMOR –. Y en este acompañamiento –con sus necesarios quebrantos – hemos tenido que re-aprender el primer mandamiento del amor…
Abrir el corazón, una y otra vez, cuando más duele y cuando menos quieres. En el día y al llegar la noche, en altar de la cama o en medio de la pila de juguetes, trastes, pendientes del hogar. Abrir el corazón para ser verdadero hogar para el otro, y que el otro también pueda ser verdadero hogar para ti.
Esta es una danza que nunca termina, de la cual siempre surgen nuevos pasos que aprender –sobretodo con la llegada de los hijos, en momentos de grandes retos y/o heridas–. Es una danza que te acerca, y a veces te aleja; para volverte a abrazar cada vez más a un amor que está llamado a la eternidad.
Sobretodo al llegar los hijos, es cuando más vulnerables hemos aprendido a ser. Voltear y darnos más miradas, más cuidados, ser más claros para cacharnos mutuamente en nuestras preocupaciones y ocupaciones, más espacios que sean nuestros, para darnos ahora también a las bendiciones que se nos han dado, y también buscan/anhelan un hogar. Pues mientas estén en nuestro hogar, papá y mamá deseamos llenarlos, para que conforme crezcan sean hogar para muchos otros también.
La luz entra suavemente por la ventana, como una primera llamada a danzar juntos un nuevo día, un nuevo año. Mi anillo, un poco gastado por el paso de la desconexión y las heridas –aún brilla por dentro con esta frase que late como un llamado y una afirmación que enciende fuego y el gran anhelo del corazón:
Con gran amor a Rafa: ¡tú eres mi hogar!
Y con gran cariño, a toda pareja que malabarea el arte de amarse cada día y ser hogar uno para el otro.
¡Nuestra oración, aliento y cariño!
Mariana López.
Que hermosa reflexión mi querida Mariana! Elevó mi oración por ti y Rafa, para que danzando unidos todos los ritmos de la música de la vida, descubran en casa da paso, el misterio del amor que los ha unido en estos siete años y para la eternidad. Un fuerte abrazo con todo mi cariño para los dos.
GRACIAS de todo CORAZÓN, querida Angelina. Sabes que tu amistad y oración, son nuestro GRAN REGALO. ¡Dios te bendiga! Con gran cariño, Mariana y Rafa.