Mi corazón ha tenido un mes, o mejor dicho, un año, muy complejo. Casi puedo escucharte también a ti, asintiendo con todo tu ser: “¿Quién, en su compleja y hermosa humanidad, no tiene etapas que realmente nos ponen de cabeza?”
¿Quién no sigue esperando que aquella relación fracturada, mágicamente sane y quede completamente restaurada? ¿Quién no ha sufrido de algún momento de dolor al perder a un ser querido, o perder la “imagen” que tenías de un ser querido, pero ha elegido otro camino muy distinto…al que tú (o toda la familia) esperaba? ¿Quién no ha sentido que sus fuerzas se agotan cuando el esposo sale de viaje y tú estás con toda la lista de casa, crianza, y/o carga de conciencia? ¿Quién no quiere que el diagnóstico sea otro, o esté equivocado…y por favor que haya cura para tantos corazones rotos y abatidos por la desesperanza? ¿Quién no ha tenido que soltar –interminablemente- expectativas que no se cumplen, o se fracturan, o se terminan? ¿Quién no sufre a tu alrededor, cerca de ti, a la vuelta de tu casa?
Ann Voskamp expresa sabiamente que: “Tu sufrimiento no es una anomalía; el sufrimiento es la experiencia universal de toda la humanidad.”
En este mes (año) de cabeza, me siento con una querida amiga en la noche para tomar un café helado y refrescarnos del calor y las penas. Nos hemos acompañado en muchas etapas de la vida; esta en particular –para ambas– ha sido dolorosa, pero de gran crecimiento interior. Mientras escuchamos a los grillos cantar y al corazón de cada una llorar y expresar lo que guarda, pienso que:
Nadie, ni nada, nos quita la experiencia de ese DIOS CON NOSOTRAS, ENTRE NOSOTRAS, CERCA DE NOSOTRAS, QUE VIVE Y MUERE POR NOSOTRAS, QUE SIENTE Y LLORA CON NOSOTRAS. QUE ACOGE Y ABRAZA TODO LO QUE NOSOTRAS NO ALCANZAMOS A ENTENDER AÚN COMPLETAMENTE.
¡DIOS ESTÁ CERCA DE AQUÉL QUE SUFRE,
DE UNA MANERA ESPECIAL Y A VECES DESAPERCIBIDA!
Sorbemos un poco de nuestras bebidas frías, y es cierto que,ninguna de las dos entendemos el “innecesario sufrimiento”. No sólo el nuestro, sino el del mundo entero. Pero ambas recordamos todas esas veces que el corazón se ha encendido con la presencia de Dios; aquél que sana y hace todo nuevo. Y a Él nos acogemos, una y otra vez.
Particularmente, pienso en estos últimos tres años. La pandemia fue el primer “golpe” para iniciar este proceso de sanación interior. Ya no tenía, ni podía huir, de sentarme y sentir. Han sido tres años de andar camino en: terapia, caminatas, oración, acompañamientos, encuentros y desencuentros con Dios…y varias personas en el camino. Este tiempo, me ha llevado a escribir un libro sobre cómo sanar nuestras heridas, o al menos integrarlas mejor, por pura gracia.
Andar el camino.
A eso hemos venido.
Andar cuando no quieres, no puedes, no entiendes.
Andar cuando te pierdes, te confundes, te agitas.
Andar cuando todo va bien, pero sobretodo cuando nada sale bien.
Andar en la verdad, puesto que es la única forma de ser verdaderamente libres y vivirnos plenamente.
Andar en Dios, el único capaz de sostenerte en un profundo amor que toca, sana, llena, encuentra, muestra camino, acompaña, alienta y te ama profundamente…
En cuanto despido a mis hijos y a mi esposo, para que tomen camino a la escuela, cierro la puerta y corro feliz a sentarme en el sofá café de la sala. Me siento con mi deliciosa pijama puesta y con los cabellos algo alborotados, al igual que mi corazón. Así como me encuentro, me adentro en un rato de exquisita paz y quietud, para entrar en el silencio del corazón, con una hermosa comunidad que me ha enseñado a orar.
Andar el camino.
Oración.
Silencio.
Encuentros…desencuentros.
Terapia.
Acompañamiento.
También; apartar tiempo para el café (o el desayuno completo) con las amigas que necesitan escucha y aliento, para andar su propio camino.
Tiempo de soltar el peso de todo, para sentir la ligereza de la paz que inunda todo.
Mi corazón inhala estas palabras: “Descansa en Yavhé. Espera en él.” (Sal. 37, 7).
Mientas intento exhalar, a la vez que aprendo a soltar tanto sufrimiento propio y a mi alrededor…en manos del que sostiene no sólo al mundo entero en sus manos, sino a cada ser humano en lo profundo de su corazón.
El próximo libro, las decisiones que conlleva, y algunas relaciones…toman un descanso, entran en reposo, o mejor aún en un tiempo de soltar el peso de todo, para sentir la ligereza de la paz que inunda todo.
Al día siguiente, le escribo un mensaje a mi querida amiga:
“Recuerda Quién te sostiene.
Recuerda Quién es el Buen Pastor, que nunca nos deja, sobretodo cuando más perdidas o abatidas nos sentimos.”
Un día más, me levanto de la cama (sabiendo como tú lo complejo que es dejar las sábanas, la comodidad y/o el desaliento) para simplemente andar de nuevo…como estoy segura ella lo hace, y tú, y tantos otros corazones también.
Andar…es todo lo que queda. Andar es nuestro llamado, nuestra esperanza, nuestra fe.
Con gran cariño, abrazando y alentando ese hermoso corazón tuyo en medio de sus retos y regalos.