Nos causa risa lo que el Padre Rafael Aguayo S.J. expresa al terminar nueve días de Ejercicios Espirituales: “Ustedes son los que hicieron ejercicios, no esperen pastel, flores, y festejos; sino un “te estábamos esperando, ¡a trabajar!” ”. Río, porque unos segundos después de terminar ejercicios el guardia de la casa me lo recuerda con su mal humor, pero no pierdo la paz…la sigo saboreando internamente, y la deseo también para él, para todos.
Pienso lo distinto que podríamos tratarnos todos, si procuráramos una experiencia así, al menos una vez en la vida. Porque, ¿sabes algo? No son las “buenas personas”, las que “no sufren” o “aparentan tener todo resuelto” las que necesitan de Dios y su gran amor. Somos todos los hijos e hijas humanos y frágiles, que sortean cada aventura de la vida, necesitados de interminable gracia, mucho amor, y por supuesto un gran sentido del humor cuando nada sale como esperas.
Somos treinta y dos personas, viviendo esta experiencia que años antes comenzó San Ignacio de Loyola, en una cueva en Manresa. Incluso mucho antes, convaleciente tras una bala de cañón que lo dejó herido y postrado en una cama, aprendiendo a sentir y distinguir los “movimientos de su corazón”. Le tomaría años de experiencia, oración, filosofía, teología, y seguro uno que otro momento de quebranto, terminar su obra sobre los Ejercicios Espirituales; esta manera de encontrarse con un Dios cercano, que es Padre, y que desea nuestra más profunda plenitud.
Cada vez que he hecho Ejercicios Espirituales, es como si fuera la primera vez. Y en esta ocasión, al bajar cada mañana a la oración comunitaria de 7:45 a.m. me doy cuenta que, siempre hay formas nuevas de encontrarse con Dios, de abrirle el corazón, y dejarse enamorar por Él. Un día oramos contemplando el Evangelio, otro salimos a caminar por el inmenso jardín y vamos sembrando semillas, otro más nos escuchamos en parejas sobre qué o quién es el Principio y Fundamento de nuestra vida, y lo que vamos encontrando en el silencio y la oración. Incluso, lavando platos (ora et labora) descubro la misericordia de un Padre que desea limpiarnos de pies a cabeza el corazón, y comenzar de nuevo…más cerca de Él.
Los Ejercicios son, en mi experiencia, una limpieza profunda de los sentidos, pero sobretodo, del corazón y de tu vida. Te vas liberando de todo aquello que pesa, estorba, y opaca, tu más hermosa verdad…¡Amada. Amado. Siempre Hija Amada. Siempre Hijo Amado!
Y sí, las personas necesitamos entrar en una “aparente cueva” (al menos una vez en la vida) para lograr despojarnos, incluso de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestra desesperanza y/o victimismo.
Porque es tan cierto; cuando no ves un camino hacia delante. Dios hace un camino abundante y fascinante hacia ti.
Ese camino abundante y fascinante lo hace, hacia cada uno de nosotros. Lo palpo cuando una de las hermanas comparte sobre su elección de seguir acompañando a una comunidad en Chiapas, a pesar de la violencia y el riesgo de perder su vida. Lo veo abundantemente en los rostros que no dejan de agradecer, expresar tanta riqueza recibida en su corazón, tanta claridad a su misión, tanta ligereza al soltar las lágrimas necesarias, para dejarle entrar mejor. Lo vivimos al reír abundantemente los últimos días en el comedor.
Y sí, siendo honesta contigo, lo más difícil es volver a casa. ¿Cómo rayos bajas tanto cielo, a la tierra? ¿Cómo vives el caos, los retos, los infortunios y berrinches del día, las exigencias de la misión que elegiste; con calma, con amor, con esa paz y sonrisa en el rostro? …
Respiro. Me siento (aunque sólo sean unos segundos, antes de que mis pequeños griten a todo pulmón: “¡Mamá, tengo hambre!”) a orar. Abro mi Biblia y me quedo con una palabra del salmo. Escucho y les canto a mis hijos canciones que yo misma deseo vivir, encarnar. Salgo a caminar y contemplar su amor en la naturaleza que me rodea, en el viento fresco; soltando mis inútiles preocupaciones del día. Salgo al encuentro de otras mamás y vecinas, que como yo, malabarean aislamiento, cansancio; y están sedientas de conectar, de sentirse acompañadas, o mejor acomodadas tras un día desastroso.
Viene al corazón este texto que nos compartió el padre Rafael Aguayo S.J.:
Ahí tengo mi respuesta para regresar a la vida cotidiana…vivirme enamorada. Vivirnos enamoradas.
Este Dios es fascinante y abundante en amor. Así que, aunque creo añadiría una semana más de Ejercicios, para aprender a salir al mundo y contemplar más a Dios en la acción. Hago mi mejor intento, sabiendo que Él sigue haciendo un camino abundante y fascinante hacia mi, hacia ti.
Toda esa riqueza del silencio, de la comunidad, de la oración, de la contemplación, de orar con salmos, y masticar despacio; se queda en el corazón. Y es lo que cada día me enamora para pedirle que «su Espíritu nos invada en toda su plenitud”.
Mientras mis hijos riegan el jardín, me siento a contemplarlos. Dejo que el momento me enamore, que la creación me hable junto a las risas y ocurrencias de mis pequeños. Un ligero viento frío sopla, cual suave brisa.
“¡Enamórate.
Permanece en el amor.
Todo será de otra manera!”
Con gran cariño y agradecimiento a mis compañeros y a los queridos Jesuitas, especialmente a Rafael Aguayo S.J. ¡Gracias por tanto bien recibido y toda la Gloria a ese Dios amoroso y fascinante!
¡A.M.D.G.!
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Si te animas a vivir esta hermosa experiencia y permanecer enamorada, acá encuentras dos casas de los Jesuitas en México para hacer Ejercicios Espirituales.
Da click sobre las letras negras.
Y una canción para el corazón: