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¡Redefiniendo el equilibrio: Cómo Conciliar la Crianza con tus Metas Profesionales! – Por Rocío Río de la Loza.
Llevaba meses buscando trabajo en las editoriales de Londres, les daba igual mi maestría y toda aquella experiencia profesional que había adquirido trabajando en México. Éramos recién casados, nuestras únicas pertenencias consistían en unos cuantos muebles desarmables, los utensilios de cocina básicos, nuestras laptops, las prendas del clóset y la bicicleta de mi esposo, que amarraba a la entrada de nuestra casa victoriana y un día se la robaron. Estuve trabajando en una pasticceria con un jefe italiano malvado que nos gritaba y me hacía llorar. De ahí comencé a hacer internships en diversas editoriales, donde sacaba fotocopias y aprendía alguna cosa sobre la extraordinaria labor de hacer libros.
Todavía recuerdo la llamada de la chica de Recursos Humanos de Dorling Kindersley, estaba en mi lunch break, sentada en una banca del distrito financiero, desde donde se podía apreciar el icónico edificio del Gherkin. Con su clásico acento británico me dijo que mi entrevista había sido exitosa y que podría ocupar el puesto de International Publishing and Sales Assistant.
¿En verdad lo había conseguido? Por un momento se detuvo el tiempo… Era verano, las palomas se arremolinaban alrededor de las migajas y la gente caminaba apurada con sus trajes y portafolios hacia las escaleras eléctricas de la entrada del metro, parecía como una enorme boca abierta que se tragaba a todos esos individuos con sus mentes ocupadas, descendiendo hacia el calor pegajoso de los túneles subterráneos. Me invadió una alegría inmensa y me dieron ganas de llorar. Le llamé a mi esposo, a mis papás y a Amanj, mi amigo de Kurdistán que había estado animándome a seguir enviando cartas y job applications.
Las oficinas eran muy modernas, dentro de un edificio de gran historia en Central London desde donde se podía ver el río Támesis, con estantes ordenados llenos de libros en cada pasillo. El noventa por ciento éramos mujeres, en su mayoría extranjeras o británicas políglotas y bien viajadas. Mi jefa era una española muy guapa, de ojos claros, pecas y pelo rojizo. Y mi trabajo consistía en atender a los clientes de España y algunos de América del Sur. Tenía contacto con el departamento editorial y de producción. Y nos llevaban a las ferias internacionales del libro. Era mi «trabajo soñado».
Al poco tiempo me enteré de que estaba embarazada… y me quería morir. ¿Cómo le iba a decir a Cristina, mi jefa, y a la de HR? Si hacían bien las cuentas, se darían cuenta de que literalmente comencé a trabajar casi casi que el día que había concebido a mi primer hijo. Sentía vergüenza, miedo y tristeza de que estuviera sucediendo todo al mismo tiempo. Quería tener un bebé y quería una carrera exitosa, había hecho muchas cosas para tener esa gran oportunidad.
En Dorling Kindersley se portaron increíblemente comprensivas y descubrí “el primer mundo”, puesto que no pasa nada que vayas con tu panza a las reuniones y que guardes tus nueces en el escritorio, te tomas tu maternity leave y vuelves un año después ―totalmente transformada―.
Cuando vine a México al bautizo de mi primogénito, que era un güerejo precioso de cinco meses con ojos azul cielo y chuletas regordetas, y todavía tenía las emociones acerca de ser una working mom un poco encontradas, una tía me dijo: “De entre todas las mujeres del mundo, Dios te escogió a ti para que fueras su mamá, tienes todo lo que necesitas”. Y este ha sido uno de los mejores consejos que he recibido acerca de la maternidad y que tiendo a compartir en las fiestas infantiles de mi chiquita, 15 años después, donde el resto de «las mamis» (10 años menor que yo) me miran como el Oráculo cuando se enteran de que ese güerejo que nació junto al Big Ben hoy va a la preparatoria.
En el medio, llegó «mi sándwich» con sus bichos, sus inventos y las noches de estrellas. Tres milagros, tres diversas etapas de mi vida, tres personas totalmente distintas que requieren cosas diferentes. Y, sin embargo, Dios me escogió a mí para ser su mamá.
“De entre todas las mujeres del mundo, Dios te escogió a ti para que fueras su mamá, tienes todo lo que necesitas”.
Ciertamente, lo que he aprendido es que ellos me necesitan, tanto como yo los necesito a ellos para crecer. Para crecer como persona: en mi paciencia, en mi creatividad, en mi esfuerzo, en mi generosidad, en mi humildad, en mi fe y en mi inteligencia. Para superar mis miedos, para resolver problemas, para construir un mundo mejor, para modelar ciertas conductas, para aplacar mi mal humor y mi impulso de decir groserías cuando voy manejando y se me atraviesa «un zoquete» y, en términos generales, para intentar todos los días ser una buena persona, básicamente.
Cuando estaba esperando a mi segundo hijo, mi mamá me contó que, cuando yo nací, ella «me adoraba» y, entonces, cuando estaba esperando a mi hermana decía: “Dios mío, ¿cómo voy a poder querer a alguien de la misma manera que quiero a Rocío?”. El día que nació mi hermana y la sostuvo en sus brazos, descubrió que el corazón es, en sus palabras, “un músculo que se hace grande” y la amó tanto como me amaba a mí. Cuando llegó mi hermano el más pequeño, fue lo mismo. Y para mí ha sido igual con mis tres hijos. ¡El corazón ciertamente se hace grande!
Ser la mamá que cada uno necesita y darles el amor que hay en mi corazón ―en el lenguaje que cada uno requiere― es el reto más grande que tengo en mi vida. En momentos de duda regreso a las palabras de mi mamá. Hay que ejercitar el músculo del corazón todos los días, incluso cuando estoy cansada, agobiada por las cuentas, enterrada en proyectos editoriales, espantada por el tiradero en la cocina. ¿Cómo puedo hacerlos sentir «más amados» hoy? En este instante. A veces necesitan un abrazo, a veces un pep talk, a veces un silencio respetuoso, a veces un límite claro, a veces un plato caliente de comida, a veces un permiso para ir al cine, a veces un rato de juego.
¡El corazón ciertamente se hace grande!
Si me agarra «la angustia nocturna» por no saber qué necesitan recuerdo las palabras de mi tía, voy hacia adentro, reviso mi caja de herramientas: mis aprendizajes de experiencias pasadas, mi sabiduría interna, mi intuición. I remain quiet. Y, cuando no hayo respuesta, recurro a mi marido, los libros, los podcasts, los consejos de mis primas mayores; platico con mis papás, mi hermana y mis amigas. Le pido a Dios que me ilumine, invito a los ángeles de la guarda y a todo el coro celestial, como diría mi mamá. He aprendido que puedo pedir ayuda. Y la ayuda siempre llega.
También he aprendido que todo lleva su tiempo, quizá más del que yo quisiera, y que trabajar me hace una mejor mamá para mis hijos porque yo me siento satisfecha, realizada y más feliz. Ellos son mi responsabilidad, pero también es mi responsabilidad hacerme cargo de mi propia vida, de perseguir mis sueños y trazar metas para mi desarrollo personal y profesional. No tengo que escoger entre ellos y mi carrera, como muchas veces nos han hecho creer a las mujeres.
El balance es una ilusión porque la imagen de una balanza es cuando hay dos cosas, una en cada extremo, que tienen el mismo peso. Sin embargo, en mi experiencia, la palabra que hay que abrazar en lugar de ‘balance’ es ‘equilibrio’, como el que tiene un trapecista que camina sobre la cuerda floja… para no caerse, a veces se inclina para un lado y a veces para el otro.
Mis días están compuestos de muchas piezas (roles o facetas) y cada una demanda atención de mi parte. El desafío está en distribuir de manera consciente esa atención. En ocasiones, el equilibrio es trabajar hasta la madrugada para sacar el proyecto adelante, en otras, es tumbarme en el sillón a ver una película para descansar y dejar que «me salga la lloradera». Ir por un café con mis amigas, acomodar la alacena por mi salud mental, salir a caminar, ayudar a mis hijos con sus tareas, llevarlos a sus eventos, fletarme la fiesta infantil, hacer de desayunar para todos, echarme un gin & tonic con mi esposo en pijamas, trabajar un domingo en la tarde mientras los demás van por el helado; en fin, que sabes de lo que estoy hablando.
«La palabra que hay que abrazar en lugar de ‘balance’ es ‘equilibrio’,
como el que tiene un trapecista que camina sobre la cuerda floja…
para no caerse, a veces se inclina para un lado y a veces para el otro.»
Puede que, como a mí, te lleve muchos años «abrazar sin culpa» la identidad de una working mom, mompreneur o business woman; pero quiero decirte que tener una profesión remunerada que te apasiona y ser una mamá presente ―al mismo tempo― sí es posible. Solo hay que crear tu propia definición de ‘equilibrio’, ser paciente y confiar en el proceso. Identifica tus prioridades y alinea las actividades diarias de tu agenda con tus ideales. Si no sabes, pide ayuda; si te equivocas, toma nota y vuelve a intentarlo. ¡Eres única e increíble! Comparte tus talentos con el mundo y atrévete a crecer.
La vida es un milagro, un privilegio y una responsabilidad. No esperes a que se den las circunstancias perfectas para comenzar tu negocio, para escribir tu libro, para hacer ese viaje que siempre has querido, para cumplir la promesa que le hiciste a tu pequeño, para pedir perdón. No hay tiempo perfecto, solo hay tiempo. Lo que importa es lo que haces con él y, sobre todo, como haces sentir a las personas que te rodean en tu transitar por este mundo terrenal.
Escribe tu propia historia y, cuando estés lista para contarla, yo estaré feliz de ayudarte a plasmar tus palabras en las páginas de un libro.
Con cariño, Rocío Río de la Loza.
Apasionada del mundo editorial.
Ediciones Alba – Fábrica de Palabras
Iba leyendo e iba viviendo la historia junto contigo!
Gracias por compartirte, gracias por iluminar el camino de nuestra propia aventura y darnos paz 💕
Me quedo con la tarea de seguir buscando el equilibrio 😊
Textos como este son los que las mujeres necesitamos, reales, transparentes, sin culpas y llenos de posibilidades.